Un millonario organiza una de sus habituales y locas
fiestas en una de sus lujosas mansiones. En determinado momento pide silencio,
detiene la música, y dice, mirando hacia la piscina donde criaba cocodrilos
australianos: El
que logre cruzar la piscina y llegue vivo al otro lado, ganará todos mis coches.
¿Alguien se atreve?
Espantados, los invitados permanecen en silencio y
el millonario insiste: Vamos amigos, a divertirnos un rato. El que se lance a la
piscina y logre cruzarla y salir vivo al otro lado, ganará todos mis coches y
mis aviones. ¿Nadie se va a animar?
Silencio sepulcral. Todos se miran. Una vez más el
millonario dice: No sean cobardes, el que se tire a la piscina y llegue vivo
del otro lado se llevará todos mis coches, mis aviones y mis mansiones.
En ese momento se escucha un fuerte ¡Splasshhhh! y
alguien se lanza a la piscina.
La escena es impresionante, una lucha intensa, el
hombre se defiende como puede, agarra la boca de los cocodrilos con pies y
manos, tuerce la cola de los reptiles, mucha violencia y emoción. Al igual que
una película.
Después de algunos minutos de terror y pánico y
entre los gritos y aplausos de la multitud, el valiente hombre, lleno de
arañazos, hematomas y casi muerto sale por el otro extremo de la piscina. El
millonario se aproxima, lo abraza y le pregunta: ¿Dónde quiere que le entregue los coches?
Gracias, pero no
quiero tus coches.
Sorprendido, el millonario: Y los aviones, ¿dónde quieres que te los entregue?
Gracias, pero no
quiero tus aviones.
Extrañado, el millonario: Las mansiones, entonces, ¿las escrituro a tu nombre?
No, tampoco quiero
tus mansiones.
Sin entender nada, el millonario: Pero, qué raro, no
quieres nada de lo que ofrecí. ¿Qué es lo quieres entonces?
El hombre, con voz helada y salvaje respondió: Quiero saber el
nombre del hijo de su buena madre que me empujó a la piscina.
MORALEJA: Somos
capaces de realizar muchas cosas, algunas son heroicas y parecen más allá de
nuestras posibilidades, pero rara vez las hacemos si no nos empujan a ello. En
ciertos casos, hasta un mal nacido que nos empuja, nos puede estar haciendo un
favor inesperado.