Juan, que desea profesar como fraile cartujo, se
presenta al Abad del monasterio. El abad le dice: Mira, tendrás
que levantarte a las cinco de la mañana. Trabajamos en el campo unas doce horas
diarias, y vamos a misa cuatro veces al día. Tendrás que hacer penitencia todas
las mañanas, y pasar varias horas rezando y meditando. Solo hacemos dos comidas
al día. No volverás a salir del convento durante tu vida, ni tendrás nunca más
noticias de tus amigos ni familiares y tienes que hacer los votos de pobreza,
castidad y obediencia. Además, la regla principal aquí es el silencio, de forma
que sólo cada diez años se te permitirá decir dos palabras.
Juan acepta e ingresa como fraile.
Juan acepta e ingresa como fraile.
Pasan diez años, y el abad: Tienes
derecho a decir tus dos palabras.
Juan: Comida
MALA.
Pasan otros diez años, y al cumplirse los veinte años del
ingreso, el abad: Hoy se cumplen otros diez años de fraile, así
que tienes derecho a decir tus dos palabras.
Juan: Cama
Dura.
Transcurridos otros diez años, el abad: Hoy puedes decir tus dos palabras de la década.
Juan: Me
largo.
El abad: ¡Ah cabrito! Esto
ya lo veía yo venir. Desde que llegaste, no has hecho más que protestar.
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