Nuestra
cortadora de césped (eléctrica) se había estropeado.
Mi mujer me
agobiaba diciéndome que debería arreglarla. Yo siempre acababa teniendo otras
cosas para mí más importantes que hacer.
Cierto día ideó
un modo de convencerme, muy sutil: Cuando llegué a casa, la encontré agachada
en el alto césped, recortándolo con su tijera de coser.
Eso me llegó al
alma, me emocioné, entré en casa, cogí su cepillo de dientes, se lo entregué, y
se me ocurrió decirle: "Cuando termines con el césped, podrías también barrer
el patio".
Después de aquello, no me acuerdo de nada.
Estoy en blanco. Los médicos dicen que volveré a andar, pero que cojearé el
resto de mi vida.
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