Abraham llevó a su hijo Isaac al desierto, le ató a un árbol y comenzó a
hacer una fogata debajo de sus pies.
De las alturas una voz retumbó: Abraham, Abraham,
¿qué haces?
Señor, estoy sacrificando a mi hijo, conforme a tu
voluntat.
No Abraham, yo sólo quería medir tu fe.
Pero, Señor...
¡Suelta al niño!
Abraham soltó a su hijo que salió corriendo. Mientras el niño corría Abraham
gritaba:
Vuelve, hijo, vuelve, el Señor te liberó.
El niño paró bien lejos, y gritó: Me liberó de
cojones, si no llego a ser ventrílocuo ya estaría ardiendo.
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