Luis, que trabajaba desde joven en una fábrica de
conservas, un día le confesó a su mujer que tenía un impulso incontrolable de
meter su pene en la cortadora de pepinos y que pasara lo que tuviera que pasar.
Espantada, su esposa le sugirió consultar con un
psicólogo, pues no era normal que quisiera meter su miembro en la cortadora de
pepinos.
Luis prometió meditarlo, pero continuó repitiéndole
a su esposa el mismo cuento, hasta que ella, aburrida, un día le dijo: Pues, mételo en la
cortadora de pepinos y no me fastidies más. ¡Es tu problema!
Al día siguiente, Luis llegó a casa cabizbajo y
profundamente abatido.
Su mujer, preparándose para lo peor: ¿Qué pasó?
¿Te acuerdas de mi
compulsión de meter el pene a la cortadora de pepinos?
¡Oh, no! ¡Dime que no
hiciste eso!
¡Sí, lo hice!
¿Oh Dios, y qué pasó?
¡Me han despedido!
Y la cortadora de
pepinos, ¿qué te hizo? ¿Te lastimó?
No. A ella también la
han despedido.
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