Cuando Roberto recibió su sueldo efectivo, como cada
primer día del mes, contó cuidadosamente los billetes, uno a uno, agudizando
sus ojos y untando el dedo con saliva para despegar con fuerza los billetes. Se
sorprendió al percatarse de que le habían dado cien euros más de lo que le correspondía.
De reojo miró al pagador para asegurarse de que no lo había notado. Rápido
firmó el comprobante, se guardó el dinero y salió del sitio con la mayor
rapidez y discreción posibles, aguantándose, con esfuerzo, las ganas de saltar
de la dicha. Todo quedó así.
El primer día del mes siguiente hizo la fila, y
extendió la mano para recibir el pago. La rutina se repitió, y al contar los
billetes, notó que le faltaban cien euros. Alzó la cabeza y, muy serio,
clavándole su mirada al empleado, le reclamó: Señor, disculpe, me faltan cien euros.
El pagador respondió: ¿Recuerda que el mes pasado le dimos cien
euros más, y usted no dijo nada?
Sí,
claro, contestó Roberto, muy serio, es que uno se aguanta un error; pero dos… ya son demasiados.
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