Mariano cada vez que se ponía a leer cambiaba a cada
momento la distancia entre sus ojos y el papel. Cierto día su hijo: Padre, necesitas
unas gafas.
Que no, hijo, veo bien.
En poco tiempo el hijo la convence de que vaya al
oculista.
Mariano vuelve a casa con unas gafas nuevas para leer.
Coge el periódico, se pone las gafas y: ¿Lo ves hijo? Mi mala suerte en la vida, justo cuando me
compro unas gafas para leer bien, a éstos del periódico se les ocurre hacer las
letras más grandes.
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