El cura del pueblo tiene un tic muy marcado en un
ojo, y un día uno de los feligreses le dice: Debería curarse ese tic, señor cura. Cuando
usted dice en la iglesia, que no hay que desear la mujer del prójimo y cierra
el ojo, todos creen que es un guiño y lo malinterpretan. Vaya a una clínica a
la capital y allí lo curarán.
El sacerdote llega de noche a la gran ciudad, y en
la terminal aborda un taxi: Lléveme a un hotel serio por favor (y guiña el
ojo, con lo que el taxista, creyendo adivinar, lo lleva a una casa de mala
nota). Allí la patrona le pregunta: ¿Prefiere que le envié a su cuarto una rubia o una morena?
¡Yo
no quiero mujeres en mi cuarto! (Y tic, tic) ¡Ni rubias ni morenas! (Y tic, tic)
¡Entiéndalo
bien! (Y tic, tic).
Sí,
claro que lo entiendo, responde la señora y asomándose al pasillo, grita: íGLADIOLO, VEN PARA
ACÁ!
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