Raquel trabajaba en un club de la ciudad y vivía con
su madre. Cierto día salió con un tipo y al final de la velada éste le regaló
un abrigo de piel. Como no lo puede justificar ante su madre el abrigo, le dijo:
Mamá, no sabes, hoy sortearon en la oficina un abrigo de piel, y me tocó
a mí.
Qué suerte nena, qué suerte.
Días más tarde, salió con otro tipo y éste le regaló
un juego de pendientes. Para justificarlo, le dice a su madre: Mamá,
no te lo vas a creer, ayer estando en la estación esperando al tren, a un señor
le compre una rifa y me tocó este juego de pendientes.
Pero, nena, qué suerte que tienes.
En otra ocasión, un tipo le regala una pulsera, y la
chica para no quedar mal con la madre le dice: Mamá, la verdad que esto
es increíble, hubo en la oficina una rifa desquite, para los que no habían
ganado el abrigo de piel, y gane yo otra vez, gané esta pulsera.
Nena, nena, por Dios, qué suerte.
Cierto día,
estando las dos en el salón, Raquel se levanta y le dice a la madre: Mamá
me voy a dar una ducha.
Nena, enjuágate bien el talonario, que
me hace falta un televisor en color.
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