lunes, 14 de mayo de 2018

LA FIESTA DE LOS COCODRILOS

Un millonario organiza una de sus habituales y locas fiestas en una de sus lujosas mansiones. En determinado momento pide silencio, detiene la música, y dice, mirando hacia la piscina donde criaba cocodrilos australianos: El que logre cruzar la piscina y llegue vivo al otro lado, ganará todos mis coches. ¿Alguien se atreve?
Espantados, los invitados permanecen en silencio y el millonario insiste: Vamos amigos, a divertirnos un rato. El que se lance a la piscina y logre cruzarla y salir vivo al otro lado, ganará todos mis coches y mis aviones. ¿Nadie se va a animar?
Silencio sepulcral. Todos se miran. Una vez más el millonario dice: No sean cobardes, el que se tire a la piscina y llegue vivo del otro lado se llevará todos mis coches, mis aviones y mis mansiones.
En ese momento se escucha un fuerte ¡Splasshhhh! y alguien se lanza a la piscina.
La escena es impresionante, una lucha intensa, el hombre se defiende como puede, agarra la boca de los cocodrilos con pies y manos, tuerce la cola de los reptiles, mucha violencia y emoción. Al igual que una película.
Después de algunos minutos de terror y pánico y entre los gritos y aplausos de la multitud, el valiente hombre, lleno de arañazos, hematomas y casi muerto sale por el otro extremo de la piscina. El millonario se aproxima, lo abraza y le pregunta: ¿Dónde quiere que le entregue los coches?
Gracias, pero no quiero tus coches.
Sorprendido, el millonario: Y los aviones, ¿dónde quieres que te los entregue?
Gracias, pero no quiero tus aviones.
Extrañado, el millonario: Las mansiones, entonces, ¿las escrituro a tu nombre?
No, tampoco quiero tus mansiones.
Sin entender nada, el millonario: Pero, qué raro, no quieres nada de lo que ofrecí. ¿Qué es lo quieres entonces?
El hombre, con voz helada y salvaje respondió: Quiero saber el nombre del hijo de su buena madre que me empujó a la piscina.
MORALEJA: Somos capaces de realizar muchas cosas, algunas son heroicas y parecen más allá de nuestras posibilidades, pero rara vez las hacemos si no nos empujan a ello. En ciertos casos, hasta un mal nacido que nos empuja, nos puede estar haciendo un favor inesperado.

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